Fuente: La Voz de Galicia 21 nov 2021
Gerardo Pardo de Vera restauró para vivir la casa familiar de Becerreá, con origen en el siglo XIV
La infancia es el territorio al que regresamos para sentirnos más seguros. El poeta Rainer Maria Rilke acuñó la famosa frase de que la infancia es la verdadera patria del hombre. Proust hablaba del tiempo perdido, y Orson Welles basó su «Ciudadano Kane» en la memoria de la niñez como único momento de felicidad.
Gerardo Pardo de Vera, a sus 79 años, ha regresado al punto de origen; pero en su caso con otra mochila a mayores, la de cumplir, de alguna forma, el destino marcado en un linaje con más de cinco siglos. Hace más de un año, con el apoyo de su mujer, Ana Luisa Posada Luaces, se embarcó en la recuperación de la Casa de Ribas, en Cadoalla (Becerreá). Él, como señor de Ribas, ya disfruta desde hace unas semanas con su familia de una vivienda con origen en un torreón de 1435 y con dos ampliaciones, a inicios de los siglos XVI y XVIII.
Cuando uno se adentra en este ejemplo de arquitectura solariega gallega entiende cómo una vida tan completa, llena aventuras y con numerosos destinos de parada, como la de Gerardo Pardo de Vera, puede tener ahora un refugio entre libros, música y deporte (a su edad, paseos con su perra Bruma), las grandes pasiones del abogado y escritor lucense.
Pardo de Vera nació en el otoño de 1942 en A Coruña, en concreto, y no podía ser de otra manera, en la calle Valle Inclán. Su familia veraneaba en la ciudad herculina y su madre decidió quedarse para dar a luz. Su padre era notario en Santiago, por lo que Gerardo pasó la infancia y juventud en Compostela, para luego irse a estudiar Derecho a Madrid y Valladolid. Pero la mayor parte de los veranos los pasó en su casa familiar de Becerreá, asumiendo que el peso de la historia algún día le llevaría a restaurar la Casa de Ribas.
«Viví solo en esta casa algo más de un año antes de casarme. Era una vivienda incómoda, porque se fue adaptando a las necesidades de los caseros, pero le cogí mucho cariño, y ya entonces entendí que antes o después tenía que echar mano de ella», explica Pardo de Vera.
Entre «arreglitos y parches» fue usando el caserón de Becerreá, municipio en el que fue alcalde en 1979. Durante años recopiló documentación familiar, tanto de su linaje como los planos y mapas de la casa y sus propiedades, hasta que conoció a Eladio y Sergio Fernández, artesanos de la rehabilitación, responsables de Campo do Partido, en Torés (As Nogais): «Les vi trabajar y me gustaron; y además se tomaron como algo personal, como un reto, restaurar la Casa de Ribas, por lo que arrancamos a rehabilitarla, en plena pandemia».
«Está todo hecho con gusto, siempre respetando que estamos en un edificio catalogado, porque queríamos ser lo más fieles a la tradición y a la arquitectura de la casa»
Explica Gerardo que literalmente «comenzaron la casa por el tejado», en referencia a que para reformar el interior de una vivienda tan histórica, y con piezas y objetos antiguos, era primordial primero tener una techumbre arreglada. Pardo de Vera y su esposa Ana destacan cómo los artesanos han usado materiales nobles para acondicionar todas las estancias, además de atender con mimo a cualquier detalle que pudiese parecer pequeño.
Así, las ventanas son de madera de castaño; las vigas, pisos y puertas son las primitivas pero asentadas y reforzadas, con tijeras antiguas en el tejado; las piedras originales llevaron un tratamiento de consolidación; los cierres y las fallebas, como en ventanas y contras, son originales de hierro, y las que estaban estropeadas, volvieron a ser restauradas; el mobiliario de habitaciones y estancias se restauró al detalle; la madera del interior, como se aprecia en la imponente escalera, es castaño seco de 25 años; barnices especiales en vez de pintura; y hasta la histórica cocina con lareira y horno se adaptó al siglo XXI pero con aspecto del XV.
Un torreón medieval y un linaje con más de quinientos años de historia
Casa de Ribas se ubica muy cerca de la romana Vía XIX, en el valle de Oselle. Su origen se sitúa entorno al 1435, cuando se levantó un torreón para controlar las propiedades de los señores de la Torre de Cadoalla, García López de Ervón y su esposa, Elvira Ares de Neira, del linaje de los Ribadeneira. De esa época se conservan, con reformas, la cocina original y las paredes y marcos de puertas de algunas estancias.
Su hijo, Rodrigo de Ervón Ribadeneira, la recibe en herencia cuando se casa con Catalina Suárez de Saavedra (de los Saavedra de Taboi, en Outeiro, y de la casa de Cervantes). Entre 1510 y 1515 comienzan a edificar alrededor del torreón para crear la vivienda familiar, que hoy conserva los salones donde viven Gerardo Pardo de Vera y su familia.
Felipe II otorga mayorazgo
Bernardo de Ervón y su esposa Inés de Ribadeneira obtienen en 1575 el mayorazgo de sus bienes, en una orden firmada por Felipe II. Los señores solariegos de la Casa de Ribas ostentaban los señoríos jurisdiccionales de Santa Euxea de Pallares (hoy en Guntín), de La Magdalena (León) y de Barcia (parte de los hoy municipios de Baleira y Baralla).
Ya a partir de 1720, doscientos años después de la primera ampliación de la casa, se comienza a construir la tercera parte, destinada a albergar más habitaciones en dos pisos y a acoger una biblioteca. De esta época destaca la imponente solana sobre columnas, orientada hacia el sur y con vistas al valle de Oselle.
Además, la casa tiene una parte baja destinada en tiempos a cochera y almacén; así como en el exterior hay palleiras que en el futuro se quieren reconvertir en viviendas. La casa contó con capilla y palomar.
«Queríamos darle a esta gran casa la dignidad que se merecía»
«Conozco todas las piedras de esta casa», afirma Gerardo Pardo de Vera, mientras pasea orgulloso por cómo ha quedado la restauración de esta vivienda que dispone de siete habitaciones y varios salones preparados para disfrutar del descanso, la lectura y la música junto al calor de las chimeneas.
Acompañado de su mujer Ana, siempre pendiente de que funcionen todos los detalles de la casa, Gerardo ha vivido todo el proceso de reconstrucción con la misma ilusión que un niño. «Estudié mucha documentación y empecé un plan de restauración para devolverle su antigua situación, porque la casa sufrió cambios desde mi tatarabuelo, José María Pardo Ribadeneira y Montenegro, con numerosas divisiones que la desvirtuaron».
«Tuve el apoyo y la disposición de mi familia, de mis cinco hijos, queríamos darle la dignidad que se merecía esta casa acorde con los tiempos»
Ni mucho menos está terminada la obra. Tienen en servicio todo el primer piso, con su cocina tradicional, sus salones, sus habitaciones y su espléndida solana. La casa, cuando se reúne la familia al completo, recobra aún más vida. Está restaurado, aunque no del todo acondicionado, el piso superior, el tradicional desván donde prevén instalar despachos y habitaciones. Y les falta por ordenar y preparar el piso de inferior, donde aún se guardan objetos y piezas que servirán para amueblar y decorar las estancias, además de dotar a la casa de una biblioteca acorde con la tradición familiar.
Recuerdos y anécdotas
Un paseo por el interior de Casa de Ribas supone una lección de historia. Un linaje tan antiguo —sumado a las últimas generaciones vinculadas a la magistratura, la política y la vida militar— está asociado a relatos y personajes singulares de los que Gerardo guarda memoria. Las paredes de este caserón atesoran parte de esa historia familiar. Algunos objetos darían pie para comenzar una novela de Alejandro Dumas, de Lampedusa o de Otero Pedrayo; o una película de John Ford, de Welles o de Ophüls.
Una de esas historias bien podía ser la de Antonio, tío de Gerardo, fallecido en Marruecos con 19 años por culpa de una inesperada riada que se llevó por delante a su compañía al segundo día de llegar a África. Cuenta Pardo de Vera que cuando su abuelo —juez en Valladolid y luego en Villafranca— recibió el telegrama de confirmación de su muerte, siguió redactando una sentencia, fiel a sus obligaciones. Pero al día siguiente, cuando el secretario del juzgado quiso transcribirla, se encontró con las letras borrosas por culpa de las lágrimas del magistrado.
Pero la vida en Casa de Ribas también se escribe de anécdotas divertidas que demuestran precisamente el abolengo del que ha formado parte esta familia. El mismo tío de Gerardo, Antonio, fue cadete en la Academia de Caballería de Valladolid, cuyo instructor era el coronel Antonio Miláns del Bosch, tío del golpista. En el Año Santo de 1926 hizo el Camino de Santiago, y a la vuelta paró en Casa de Ribas, invitado por su alumno. Hoy se conserva esa cama, «que durante años se decía que era de Milán, y todos pensábamos que era italiana, pero no, era del coronel Miláns», explica entre risas Gerardo Pardo de Vera.
Gerardo deja por escrito cuáles son los planes de futuro para otras propiedades históricas
En el exterior de Casa de Ribas, se encuentran dos edificaciones de poco más de cien años que a diferencia de los fuertes muros de la histórica casona, no pudieron aguantar las embestidas de los terremotos de finales del siglo XX y sufren daños estructurales. «Lo tengo todo pensado y ya trazado por escrito de lo que quiero que se haga en esta parte de la propiedad por si un día falto», explica con lucidez y a la vez con ternura Gerardo Pardo de Vera. Su sueño es convertir estos espacios que fueron usados como palleira y para guardar leña y maquinaria, en viviendas anexas que aumenten aún más la capacidad y el servicio de la propiedad.
El palomar de las oposiciones
Gerardo también tiene en mente intentar recuperar el histórico molino-palomar en el que su padre, Manuel Pardo de Vera, se encerró durante un largo tiempo para preparar las oposiciones a notaría, que luego ejercería en Becerreá y Santiago. Los vecinos no entendían como alguien con su sano juicio se podía meter en un molino abandonado.
Los franceses quemaron la capilla
Además, quiere levantar una capilla que restaure la memoria de la histórica, de 1667, que fue aniquilada por un destacamento de franceses del general Soult en aquel frío enero de 1809 cuando arrinconaban las tropas inglesas en su retirada hacia el puerto de A Coruña. «Era habitual que algunos soldados aprovechasen el pillaje e intentaron entrar en la casa, pero mi abuela le echó valor, puso sacos en las ventanas y con los hijos y criados repelieron la entrada; pero a cambio los franceses quemaron la capilla», explica Gerardo Pardo de Vera.