Fuente: El Progreso (16/11/2008) La venta o la vida El promotor inmobiliario José Antonio Díaz pasa por la crisis igual que pasa por la vida, seguro de que es sólo un estado de ánimo. JOSÉ ANTONIO DÍAZ está en venta. En realidad, lleva 53 años con el cartel de «Se vende» colgado a su espalda. Ahora son los pisos que construye por media España su grupo promotor, pero antes fueron enciclopedias y después serán plazas hoteleras o casullas para curas, |
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cualquier cosa que le permita seguir abonando sus cualidades de «encantador de serpientes, de vendedor nato». Y cuenta con la ventaja de saber que quizás su mejor producto sea él mismo.
«Hijo del hambre» nacido en Becerreá, dirige desde Madrid un grupo empresarial centrado en la promoción de viviendas pero con intereses en otros muchos sectores. Lo creó gracias al dinero ganado como vendedor de enciclopedias para el Grupo Planeta, que lo nombró director general en el 88, después de que su revolución en el sistema de ventas de libros lo llevara a convertirse en el mejor del país. Cuando decidió dejar Planeta, en el 99, el mítico Lara (padre) le preguntó por qué; José Antonio Díaz sólo pudo dar una respuesta: «Me habéis pagado demasiado dinero y ahora tengo que dedicarme a administrarlo».
Y lo hizo, si hay que creerle, con una forma muy personal de ver los negocios y la vida: la seguridad de que «el empresario siempre es el que mejor vive, porque los que más hacen por la empresa son los empleados»; la experiencia de que la mejor forma de crear prosperidad para uno mismo es crearla para todos; la «virtud aprendida» de saber que «lo peor de la condición humana es el rencor», y la convicción de que «todo en la vida es un estado de ánimo».
Con la que está cayendo, y más en el sector de la construcción, es cuando menos sorprendente verlo cabalgar a lomos de un optimismo sin matización: «El problema es el estado de ánimo que se ha creado en la sociedad. La situación es difícil, pero vamos a salir adelante seguro. No hay que tener miedo a un par de años de recesión después de doce de crecimiento. Esto es una recesión, no la Gran Depresión del 29, y no hablamos de otra cosa que de lo mal que nos va. Yo no sé cómo saldré de ésta, pero me va bien porque estoy bien de ánimo».
Para mantenerse en ese estado, se apoya en su socio fiel, el también lucense, Alfonso Quiroga, en su imprescindible familia y en sus escapadas a su casa de Mosteiro, donde pasa el tiempo trabajando en una explotación ganadera de casi 400 cabezas y jugando al tute con sus amigos del pueblo. «No necesito dinero para mí, no soy gastador ni fantasioso. En el concepto de vida, soy un aldeano».
Y la verdad es que sin el traje y corbata, podría parecerlo. Bajo, pero de espalda ancha y aspecto recio, el pelo cano resalta una piel con el tono de quien pasa tiempo al aire libre; las marcadas ojeras no le restan salud a su rostro redondo. En la izquierda, un reloj de oro, evidentemente caro pero no aparatoso, y un enorme anillo, también dorado. Siempre pegado a él, un Nokia un poco desfasado y muy señalado por el uso. Aunque el cuerpo le pide hablar en gallego, se expresa en un castellano sin acento reconocible —quizás con un aire catalán cuando se embala—. «Hablo hasta con las piedras», reconoce, «entro a tomar un café en un bar y me pongo a hablar con cualquiera que esté a mi lado».
Hincha del Atlético de Madrid, accionista del Espanyol y antibarcelonista militante, Dios lo ha castigado con tres hijos del Barça, pero a cambio le acaba de abrir las puertas del mercado de objetos religiosos. «Sí que tengo buena relación con la Iglesia. El negocio me gusta, tiene viabilidad y un gran futuro», comenta acerca de un sector que ya ha proporcionado un gran pasado a alguna familia de Lugo. Tampoco en este caso espera fricciones con nadie, olvidados ya los palos en las ruedas que algunos constructores locales quisieron ponerle cuando empezaba en el negocio: «Eso son cosas menores. No hay rencor, hay un futuro para todos». El mismo futuro que espera del Hotel Méndez Núñez, cuya gestión acaba de asumir por una mezcla de intuición y nostalgia:
«Pasé allí mi noche de bodas y a lo mejor paso allí mi vejez. Hay que invertir mucho dinero, pero creo que va a ser un gran negocio».
Me queda claro que «la vida es un estado de ánimo, una venta permanente de ilusión, un autoengaño constante». Y también que José Antonio Díaz tiene una intuición especial para generar ese estado de confianza propicio para la compra.
Mi condición humana, sin saber por qué, me pide desconfiar de alguien que no me ha dado ni una mala palabra ni un buen motivo para ello, pero cuando acaba la entrevista agradezco sin decirlo que no me haya intentado vender un piso. No me hubiera quedado más remedio que comprarlo.