Fonte: El Progreso 11 OCTUBRE 2018 VANESA BRAN
Lejos quedan las largas colas de público o las instalaciones abarrotadas... hoy la feria trata de sobrevivir gracias a sus incondicionales
SON LAS dos de la madrugada y Claudio López ya tiene todo dispuesto. Escoge las siete mejores reses de su ganadería y las carga en un camión. Les espera un largo viaje. Más de 200 kilómetros desde su villa natal, la localidad asturiana de Grado, hasta llegar a la feria ganadera de Becerreá. Un duro periplo que repite desde que era un adolescente cada día 3 y 19 de mes, pero le merece la pena pues, como él mismo reconoce con su particular acento, "ye una de las pocas ferias supervivientes en Os Ancares, tenemos que aprovecharla hasta que dure".
Al entrar al mercado le reciben otros tratantes llegados de toda la provincia. Son todos viejos conocidos y se saludan animadamente. El asturiano dispone sus reses en una de las tres naves de la feria, la de animales destinados a la cría. La humedad del recinto hormigonado es palpable. La zona central de la nave, en la que a lo largo de los años han pasado miles de animales, se reserva a la exposición. Claudio ata los suyos cuidasosamente en un extremo y espera la llegada de potenciales compradores.
Durante décadas la feria de Becerreá fue un referente en la montaña lucense
A las ocho de la mañana la feria abre sus puertas. Van llegando los primeros curiosos. Una de las reses de Claudio llama la atención del octogenario Benigno, quien se acerca con cautela, apoyándose en su inseparable bastón y luciendo una de sus mejores boinas. Sus pequeños ojos negros muestran el cansancio de un hombre que se ha dedicado toda la vida a la ganadería. Natural de Láncara, cuida actualmente una pequeña explotación de carne junto a su hermano. "E esta, por canto a vendes?", pregunta con la intención de ampliar su rebaño. El asturiano le pide 1.350 euros. "É algo cara", replica el lancarés. La altura de la res no le convence. "É algo baixa, pero ten bo aspecto".
El anciano charla con Claudio con la intención de negociar y reconoce con orgullo la calidad del ganado que se vende en Becerreá. "Podo decir que a metade das miñas vaquiñas saíron de aquí, son moi boas criadoras", indica. Ambos comparten la idea de que la cita ha menguado mucho. "Antes non se podía andar co gando que había, agora hai pouco onde escoller", indica resignado Benigno, mientras señala con su garrote a la quincena de ejemplares espaciados por la estancia.
Poco a poco la nave se va llenando de gente agrupada en corrillos. Casi todos son hombres, solo se ve a una mujer que ha acompañado a su marido a esta cita. Unos conversan sobre el día a día: "Hai tempo que non te vexo, como vai a familia?". Otros examinan los animales. Un veterinario los revisa para comprobar que tienen los papeles en regla y cumplen las garantías sanitarias.
En el centro del pabellón una de las vacas llama particularmente la atención de muchos. Tiene cuatro años, pero "non ten nome", dice su dueño, natural de A Fonsagrada. Varios interesados se acercan a ella, observan sus pezuñas, impolutas, su piel tersa y amarronada, e incluso comprueban su dentadura. El tratante presume del animal y le da varias vueltas por la estancia para demostrar su paso firme. "Canto pides por ela?", pregunta un barallés. "1.650 euros", replica el dueño. "Compreina na súa zona, en Baralla, hai un tempo. Era propiedade dun bo home que tiña unha gandería e faleceu. A súa familia desfíxose da cabana e vendéronma a min. É moi bo exemplar", explica el tratante. Muchos de los presentes corroboran la historia.
No obstante, el precio de la res no parece convencer al barallés, el principal interesado. Un hombre de semblante serio y pelo canoso. Ya está jubilado pero cuida de tres vacas como hobby. "Hoxe en día os animais valen o mesmo que hai vinte anos", musita, al tiempo que ofrece 1.500 euros. "Se a levo chamareille Torina, é un nome bonito", indica. Tras varios minutos de negociación acuerdan el precio y con un apretón de manos sellan su compromiso. Arreglan el papeleo y se llevan a Torina, que regresará a sus orígenes.
Paralelamente, en la segunda nave del ferial 18 terneros y una vaca se disponen para vender. Estos animales correrán peor suerte, pues están condenados al matadero. En una esquina se emplaza César, de Ganados Lodeiro, quien realiza sus cálculos sobre una mesa. Ha comprado quince de los animales. "A carne de Becerreá é a mellor, ten unha calidade impresionante", explica. Uno a uno los dueños de los terneros van pasando por el improvisado mostrador para cobrar sus honorarios.
En el recinto también se encuentra Suso, uno de los tratantes más antiguos de la zona. "Nacín con este don", dice orgulloso mientras aprieta las manos de un ganadero para formalizar la compra de su res.
Poco a poco las naves van vaciándose y todos los animales consiguen comprador. Son las doce de la mañana y el recinto ganadero ya no tiene movimiento. Los últimos asistentes cierran la jornada con un vaso de vino y buen plato de pulpo cortado por Marisol, de Triacastela, que acude durante todo el año a la cita becerrega.
Al final de la jornada Torina ya va rumbo a Baralla y Claudio regresa a su Asturias natal con su camión vacío hasta el próximo día de feria, una superviviente que pese a su merma sigue coronándose como la cita estrella del ganado en la montaña.