Fuente: El Progreso 18/10/2006 Cerca de convertirse en centenario, Ricardo Fernández Rodríguez, cartero jubilado de Becerreá, habla de una profesión que en su época aglutinaba en la zona a unos 80 funcionarios. La alegría con la que entonces conquistó a sus vecinos permanece intacta. Ricardo Fernández, de Becerreá, recuerda a sus 98 años cómo era el oficio entonces. |
De buena masa, como el pan de centeno, está hecho Ricardo Fernández Rodríguez, o carteiro de Cantiz. A sus 98 años aún tiene ánimo para hacer el caldo, elaborar vino o ir a recoger castañas. “Mira, aínda teño as marcas dos pinchos”, dice mostrando sus dedos pulgar e índice.
Disfruta a pequeños sorbos del café que acaba de hacer Ricardo, el mayor de sus hijos y con quien vive en la casa que la familia tiene en Becerreá. El médico tuvo a bien recetárselo, junto con alimentos salados; a él, que adora la carne de cerdo y sobre todo, el pulpo: “Teño a tensión un pouco baixa, así que acertou”, explica el diagnóstico más que satisfecho.
Sorprende de Ricardo —que el próximo 7 de mayo cumplirá los 99— su buen estado físico, su lucidez y su sentido del humor. Por algo fue hasta su jubilación el cartero más divertido que ha visto la comarca de Ancares: en la cantina de Santalla, en Cervantes, solían esperarlo las mozas para escuchar sus chistes. “Había un por alí que tamén sabía moitos; empezaba el a contar, seguía eu, contaba el outro, e así ata anoitecer...”.
Este abuelo es símbolo de una época y de una profesión cuya supervivencia peligra en la era del ADSL. Durante 39 años ejerció de cartero en Cervantes —aunque es natural de Becerreá—, cuando éstos eran toda una autoridad y su visita, la más esperada. “Facía o servizo por Balgos, Padornelo, Cerredo e Santalla; antes non había teléfonos, así que se repartían moitas cartas”. Los vecinos, “que aínda están chorando por min”, asegura, también aprovechaban su ir y venir para hacerle encargos. “Levaba o pan, os medicamentos da farmacia que había en San Martiño da Ribeira, zapatos...”. Su voluntad de ayudar al prójimo era recompensada en numerosas casiones: “Algunha vez, se estaba mal tempo, quedábame a comer e tamén me invitaban nas casas cando mataban o cocho”.
Ricardo se levantaba poco antes del amanecer para iniciar un servicio que no finalizaría hasta la hora del almuerzo y quizás el buen estado físico del que presume hoy se deba los 30 kilómetros diarios que realizó a pie durante tantos años. Él mismo lo confirma: “Así estou”.
Sus peores enemigos, la lluvia y la ventisca. “Era moi duro. Despois chegaba e tiña que coller a eixada e ir cavar arriba, ás penas, porque o xornal era pequeno, dúas pesetas diarias”.
Los últimos años de ejercicio fueron más llevaderos, ya que contó con la ayuda de un mulo para recorrer las montañas.
Con asi cien años a cuestas (y tan pancho), aprovecha para contar algún cuento de su repertorio. Su fama de bromista impenitente se extiende por toda la comarca, y entre carta y carta fueron muchos los vecinos víctimas de sus trastadas: “Agora non, que estou atorpado, pero antes a min non mas facían”.
Antes todo era otra cosa en la montaña. Los pueblos estaban llenos de vida, de gente.
Ricardo es testigo directo de la sangría poblacional del interior gallego. “Ui, aquí había moita xente; nós eramos uns oitenta carteiros na zona. Daquela creáronse moitos postos de Correos; eu empecei de interino e ó cabo de oito anos presenteime a uns exames e saín carteiro en Cervantes”.
Ejerció su profesión también en el frente, en Asturias, durante los tres primeros meses de Guerra Civil española.
“Encargábame de dar as cartas ós soldados; eles as entregaban abertas e eu tiña que censuralas, aínda que non as lía”, dice. Después pasaría a servir al bando nacional como cocinero. “Fun carteiro da época de Franco. El era un miserable para nós, que nos pagaba moi pouco, pero antes había máis seguridade”, reflexiona, apabullado por toda la violencia que ve en la tele.
Tiene un televisor en la habitación y con él se entretiene a veces, aunque prefiere jugar a las cartas o disfrutar de paseos cortos por el pueblo si el tiempo acompaña. “Tamén limpo por aquí, pola cociña, frego os platos...”, dice.
Ricardo se queja de que la memoria le falla a veces, aunque, como apunta su hijo Daniel, quien heredó su profesión, “do viño á hora da comida nunca se esquece”. Él asiente y sonríe, y entonces recuerda, con excelente memoria también, otro de sus cuentos: “Era un ó que non lle gustaba que o visen fumar...”.